El fin de semana hemos corrido la carrera más dura de nuestras vidas en Mendoza. El Equipo, Grupo Dietrich, somos: Antonio Casucchi, mendocino de nacimiento, conocedor de la zona; Christian Castroman, el atleta del equipo, y yo, con la asistencia de Noel Bressi y “el Oso”.

Largamos el duatlón de la ciudad de Mendoza a las 11 del sábado 9 de octubre, que lo corrió Christian, que estaba desde las 4 de la mañana despertándome para ir a desagotar cierta flojedad intestinal que lo afecto durante las primeras 10 horas de carrera. Paró más o menos 10 veces y ya en el PC2 estaba prácticamente deshidratado.

Después del duatlón de 20 kilómetros, que habíamos largado a los 750 metros de altura, continuamos el infinito ascenso, ahora los tres en bici. Subimos hasta el PC3 a los 3100 metros, pedaleando y caminando 2350 metros para arriba, donde no existió uno, ni siquiera el mas mínimo descenso para descansar las piernas y la cabeza. A partir de los 2500 metros, el frío, y la nieve que inundaba el camino y lo hacia prácticamente intransitable, le agregaron condimentos extras. Era fundamental llegar al PC3 de día, ya que la temperatura estaba bajando rápidamente, y a su vez, allí comenzaba un descenso importantísimo para el cual la visibilidad era fundamental.

A pesar de la debilidad de Cristian evitamos la tentación de detenciones importantes y logramos comenzar un descenso impresionante, al principio sobre nieve y barro, con la bici totalmente de costado, y luego sobre un pedregullo, que trababa la bici, con una luz tenue, en la que casi no se veía, esquivando rocas, que si la chocabas volabas 20 metros. Yo con dos expertos del MTB, siguiéndolos, copiando sus movimientos, sabiendo que en cualquier momento me incrustaba contra algo desconocido. Así llegamos de noche a los 1800 metros, y a comenzar el último tramo de ascenso hasta los 2700 m, 12 kilómetros que pensábamos que en una hora los recorríamos. Este tramo fue eterno, quizá lo más duro de la carrera. Teníamos poca agua; el pedregullo del piso, sumado a la oscuridad, la pendiente y el cansancio hacían muy difícil pedalear. Cada vez que nos bajábamos de las bicis, subirnos de nuevo era más difícil.

En este tramo nos empezamos a cruzar con los punteros que comenzaban el treking. Los primeros que pasaron nos dijeron que faltaban 5 km. Imposible! Ya tendríamos que estar por llegar!, decimos. A los 30 minutos otro equipo pasa y también nos dice “5 km”, y mas tarde otro y también lo mismo. Nosotros avanzábamos, el tiempo transcurría y estábamos en el mismo lugar!.. o se pusieron todos de acuerdo para jodernos! En la parte final me fui quedando atrás. Me costaba subirme a la bici, ya que había que pedalear en una huella muy angosta entre la nieve, y por el cansancio no podía mantener derecha la bici; se me iba a la nieve y me caía. Pensaba en la sopa que había visto en el listado de Fede Sisto que no había comprado, y no tendríamos. Finalmente a las 22.30, luego de 11 horas y media de carrera, cerramos el tramo de bici.

¨Si pasan esto, llegando enteros, me animo a decir que tiene la carrera adentro¨, decía Sebastián Tagle en la charla inicial. El Oso nos recibió con unas espectaculares sopas, que no sé de dónde las sacó. Un pequeño milagro!!! Nos metimos en la camioneta calentita, Gatorade, tartas, y fideos espectaculares. Hay más sueño y frío que hambre; “durmamos media hora”, nos decimos. Noel nos despierta, tenemos que salir. Sale Casucchi y a los 5 segundos, entra diciendo que es imposible, que fue atacado por pingüinos, “imposible salir ahora”. Durmamos 30 minutos más. “Qué hacemos aca?”, creo que pensábamos… “¿Y si agarramos la camioneta y nos vamos a la mie…?” . A los 10 minutos Noel nos dice que se están yendo todos.

Salimos. A ponernos todo el abrigo encima. Comenzamos el treking. Noche estrellada. Hace frío pero estamos bien abrigados, no se siente. Intentamos correr, no nos dura mucho. Pasamos algunos equipos. Hacemos los primeros 12 km. en 1,55 h. Seguimos caminando, la misma noche espectacular, la misma montaña, un poco menos de frío. Cada vez hay más piedras, las empezamos a odiar lentamente. Tonio se come una grande y se cae. Se destruye la uña del dedo gordo.
Las piedras se te meten en la zapatilla, no pateas las grandes pero si muchas chiquitas. Se sienten los dedos de haber caminado muchísimos kilómetros con los zapatos de treking. Lo peor es el dolor de hombros. La mochila está más liviana pero pesa cada vez más. Nos olvidamos las pilas de repuesto; la luz de Antonio es muy potente, pero dura tres horas y tenemos que empezar a cuidarla. La caminata se va haciendo eterna, no tenemos ni idea de cuánto falta. Pasan dos horas más, una hora más, van cinco.

Un equipo que viene con un paso muy firme nos pasa. “Agarrémonos de ellos, para seguir ritmo, y tendremos más luz”, decimos. Suerte que nos prendimos. Nos pusieron un ritmo impresionante, la pasamos muy bien, y nos ayudamos en la última parte, donde no era fácil ubicarse. En cuanto nos encontramos se larga una tenue llovizna que nos acompaña durante las siguientes horas de carrera.

Todo este descenso después del PC 9, en el kilómetro 12 de treking, había sido en el río seco, sembrado especialmente de piedras. El río seco se convirtió en mojado y la única forma de no perder el camino, y mantener el rumbo, era caminar dentro del mismo. ¡Qué fría estaba el agua! Pero por suerte nos despabiló a todos y nos sacó de la monotonía. Caminamos mucho tiempo dentro del río, hasta que después de casi 7 horas de treking llegamos al PC a las 7.30. Sebastián Tagle nos dice que a las 8.30 salimos para el Rafting.

Desayunamos, nos calentamos un poco en la camioneta, y nos pusimos el traje de neoprene. Salimos en el rafting (es la única parte que esta demás en la carrera), nos mojamos un poco, y luego, comenzamos el running (o intento de running), con traje puesto durante 7, 8 kilómetros, hasta la canoa. En la canoa ya nos sentíamos enterísimos nuevamente.

El sueño se había ido, y teníamos al timonel Casucchi que la dirigía como si tuviera volante (hicimos el 13vo tiempo). Prácticamente volamos en ella, y ya sabíamos que definitivamente nos íbamos comiendo la carrera. Faltaba solo el running final, de 10 kilómetros; sí o sí lo tenemos que correr. Y lo hicimos la gran mayoría con un leve trote. Bajamos a un túnel, caminamos por el mismo 600 metros, enterándonos que Cristian es claustrofóbico, metiéndolo adentro, medio por la fuerza.

Pasamos por la puerta del hotel Cacheuta y Sebastián nos dice: “Muchachos, falta un ascenso difícil y se acaba”. Ya estamos, termina… pero no, el ascenso es subir una montaña de 250 metros, que hubiese sido muy difícil en el kilómetro 1, y ahora hay que treparla luego de 26 horas de carrera!

Terminamos el ascenso, un descenso tan largo y peor que el ascenso, ya que faltaba fuerza en las piernas para trabarlas.
Llegamos al rapel, lo baja Antonio y ahora sí faltan 300 metros, qué ganas de llorar! …

Qué loco es todo lo que pasa por la cabeza en una carrera, cuántas emociones, cuántas veces uno se pregunta, “¿Qué hago acá?”, para siempre después emocionarse, querer llorar como un chico cuando sentís que lo estás logrando, cuando te acordás de los que te apoyan, de las eternas mañana de entrenamiento. ¡Qué lindo sería que estuvieran Javi y Guillito en la meta!

Pero no, igual estoy con el equipo, nos abrazamos, nos felicitamos, nos alegramos porque cada carrera que pasa nos llevamos mejor, nos complementamos más; lo logramos, a pesar del frío, de la descompostura y deshidratación de Cristian, el sueño, la inexperiencia y novates mía, lo logramos. Corrimos 27 horas, sufrimos, pero ahora nadie nos saca este hito en nuestra vida deportiva.

San Rafael, Mendoza, Octubre 2004