Cuando me abrazó la señora de Berazategui, que el sábado 11 de este mes vino especialmente al festejo de la inauguración del Viaducto Mitre, en Barrancas de Belgrano, y me dijo: «Gracias, por que estas obras son las que nos parecían imposibles», sentí la profunda emoción de que estamos en el camino correcto.


Hace 100 años que no se hacía un viaducto en la Cuidad de Buenos Aires. Y éste, al igual que los que se construyeron hace un siglo, quedará para siempre. Lo mismo ocurre con cada nueva autopista, cada nuevo aeropuerto, y es lo que va a suceder con el Paseo de Bajo que inauguraremos en breve para que los camiones y colectivos de larga distancia de todo el país entren directo al puerto y a la Terminal Retiro, liberando el tránsito en el bajo porteño. Son obras que implican una mejora sustancial en la calidad de vida de los argentinos. Son obras que no se las va a llevar nadie.


Ese sábado recordé cuando empezamos a soñar este viaducto. Fue en 2013: habíamos inaugurado el Metrobus 9 de Julio luego de largos meses de resistencia y discusiones y de trastornos por las obras, pero teníamos la satisfacción de que habíamos dado otro gran paso para mejorar transporte público. Era el momento, aún no estando en el gobierno nacional, de empezar a pensar soluciones para los trenes que tanto impacto tienen en los que viven en el área metropolitana de Buenos Aires. El ideólogo de este proyecto tiene nombre y apellido: Germán Bussi, un ingeniero civil de 52 años, oriundo de Rosario, pero que vive en Buenos Aires desde muy pequeño. Él heredó el amor por los trenes de su abuelo ferroviario. Germán, que estaba a cargo de la planificación del transporte durante la gestión de Mauricio (Macri) como jefe de gobierno porteño, vio que la política de pasos a nivel en la que se estaba avanzando no podía hacerse en barreras tan importantes como las de las vías del Mitre – ejemplo Juramento – porque la rampa bajo las vías no llegaba a tener la pendiente necesaria. Por esa razón se impulsó la construcción de un viaducto.


Germán y un gran equipo se animaron incluso a replicar esa solución en dos proyectos más, que hoy están en construcción. Uno era el de continuar el tren Belgrano Sur en altura para que llegue a Constitución, eliminando 8 barreras, y el otro era hacerlo en el San Martín desde Palermo a la Paternal, eliminando 11 barreras.

El equipo trabajó día y noche en la viabilidad de los proyectos hasta que un día llegó a mis manos. Me pareció que era fabuloso. Igual sensación tuvieron Horacio Rodríguez Larreta y el propio Mauricio cuando se lo llevé a su despacho de Bolivar 1: «Avancemos a fondo», fue su indicación.


A principios de 2015 encaminamos una consultoría y con todo el proyecto armado se lo presentamos al entonces ministro de Transporte, Florencio Randazzo, quien lo vio con buenos ojos, pero el proyecto quedó en la nebulosa del gobierno kirchnerista. ¿El resultado? El expediente fue cajoneado durante todo el año; y a nadie más le interesó el viaducto.


Cuando Macri fue elegido presidente una de nuestras primeras decisiones fue avanzar a fondo, conjuntamente con la Ciudad de Buenos Aires, en los tres viaductos ferroviarios. Hoy, tres años y unos meses después de ese sueño que comenzó en 2013, y que parecía una utopía, el viaducto Mitre es una realidad que impacta a cientos de miles de personas todos los días, que nos permitió sacar ocho barreras, abrir cuatro calles sin salida, generar nuevos espacios que muy pronto serán de recreación y desarrollo para los vecinos, mejorar la seguridad y seguir avanzando en la «revolución de los trenes». No habrá más accidentes, ni tampoco embotellamientos en esas barreras. No existe ya nunca más el famoso «Pampa y la vía».


El Viaducto del Mitre no resuelve todos nuestros problemas, es cierto; pero nos demuestra que podemos imaginarnos un país mejor, donde la obra pública ya no es más sinónimo de corrupción; ahora es sinónimo de esperanza; donde volvemos a creer en nosotros mismos, en los argentinos, y en que podemos construir un gran país.