El 12 de diciembre, el gobierno argentino decidió suspender los vuelos comerciales al aeropuerto de El Palomar, en el centro del área metropolitana de Buenos Aires. Base aérea de larga data, que había sido transformada durante el gobierno de Mauricio Macri en un centro vibrante para varias aerolíneas low-cost con la esperanza de revivir el negocio aeronáutico, que estaba estancado. Se necesitaba cambiar: como resultado del duopolio entre Aerolíneas Argentinas y LATAM, los argentinos estábamos volando menos de la mitad que lo que volaban otros países de Sudamérica y ciudades de similar tamaño. En Chile tenían más de siete veces por día la cantidad de vuelos que nosotros.

En sólo dos años, tanto por la mejora en los precios y en los accesos (El Palomar era el único aeropuerto del país al que se podía llegar en tren), el hub estuvo a la altura de las expectativas. Más de dos millones de pasajeros despegaron de su pista. El crecimiento fue exponencial, promediando cerca de 200.000 pasajeros por mes justo antes de la clausura. En gran parte a causa de esto, el número de pasajeros volando en el país aumentó un 60% y el precio de volar se redujo a la mitad. De hecho, por primera vez en 19 años, volaron más pasajeros en cabotaje que en vuelos internacionales, aun con los vuelos internacionales aumentando 23%.

Los resultados son similares a los obtenidos en Brasil después de que el presidente Lula implementara medidas del estilo en los 2000. No sorprende a nadie: si dejás que un mercado se desarrolle en países grandes geográficamente y no densamente poblados, el transporte aéreo es más seguro y más barato que pasar un día entero en un auto o un colectivo.

Las principales atracciones turísticas argentinas están muy lejos de Buenos Aires y sufren mucho la estacionalidad. Las aerolíneas low-cost atenuaron esta estacionalidad, permitiendo un uso más eficiente de la infraestructura a lo largo de todo el año. También llegaron turistas extranjeros, duplicándose en los 4 años hasta 2019. El mejor ejemplo, quizás, es Bariloche, el centro de ski más grande del país, que pasó a estar conectado directamente con Brasil y que terminó recibiendo casi 250.000 pasajeros en julio de 2019, un número inédito para un aeropuerto local.

Los argentinos nos acercamos, no solamente entre nosotros, sino al resto del mundo. Impulsados por la penetración agresiva de las aerolíneas low-cost, para 2019 había cuatro aeropuertos con nuevas conexiones internacionales. “Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires”, decimos los argentinos. Con el cambio en la industria aeronáutica, acceso más barato y nuevo hubs, parecía que por primera vez nos estábamos desafiando a nosotros mismos.

La aerolínea estatal, Aerolíneas Argentinas, se vio obviamente afectada. Pero, paradójicamente o quizás no, mejoró sus resultados operacionales y financieros. En 2011, el Estado estaba pagando USD136 en subsidios por cada pasajero volando, un número que bajó a USD31 para 2019, incluso después de haber aumentado un 20% el número de rutas que operaba. Había espacio para crecimiento y competencia porque la demanda latente del vasto territorio argentino estaba necesitada de una oferta más grande y más variada.

Sin embargo, el nuevo gobierno que asumió en diciembre de 2019 marcó desde el primer día su hostilidad contra la industria. O, al menos, contra todos en la industria salvo Aerolíneas Argentinas. Declaró apenas asumido que no veía el beneficio de las aerolíneas low-cost aunque, para ese momento, transportaban casi el 20% de todos los pasajeros. El nuevo gobierno entendía que los pasajes a USD1 que vendían algunas de estas aerolíneas era ridículo y peligroso.

Llegó el COVID-19 y la industria se paró, y permanece así en gran medida. A partir de eso, Latam, ya agotada de la pelea continua con el gobierno anterior de Cristina Kirchner, decidió que el futuro era demasiado incierto, y se fue del país. Norwegian encaró una reestructuración por decisión propia, y el resto de las low-cost se pusieron en retirada. El cierre de El Palomar las forzó a mudarse a Ezeiza, el principal (y más lejano) aeropuerto del país, donde los costos de la operación y de acceso para los pasajeros es más alto, debilitando la competitividad de estas empresas.

Es difícil entender una política que tira para atrás una que aumentó la competencia, redujo los precios y aumentó los beneficios. Entonces, ¿por qué el gobierno actual se opuso a esa política? Una explicación simple es que están directamente desarmando todas las políticas del gobierno anterior, sin tener en cuelta los resultados, en línea con la tradición populista de señalar enemigos (o crearlos, o incluso inventarlos si es necesario). Aunque posible, creemos que este tipo de razonamiento es demasiado simplista. Hay razones más profundas para este giro de 180 grados.

Aunque la Argentina parezca caótica en la superficie, su política se mantiene fijada en la mirada de que la economía es una lucha de poder entre intereses que el Estado tiene que administrar, controlar y, sobre todo, proteger. El resultado final es que el cambio se hace difícil, cuando no imposible. Los intereses sindicales, de industriales nacionales y de empleados públicos son algunos de los principales beneficiarios de esta protección. Llámenlo como quieran, a nosotros nos gusta pensarlo como una mezcla de conservadurismo y populismo. Por supuesto, mientras la renta se transfiere a estos sectores, alguien tiene que pagarla. En la Argentina, normalmente son la clase media no organizada, los productores agropecuarios y las PyMEs, todos ellos sospechosos de la tierra prometida en la que solamente aparecen para pagar las cuentas.

El gobierno actual es un buen ejemplo de este enfoque populista. Este año, aumentó el deficit incrementando las transferencias y el empleo público. Sin financiamiento, aumentó los impuestos y se apoyó en la emisión monetaria. Lógicamente, la expectativa de inflación es del 52% anticipa una carga muy pesada en la clase media y baja. Pero hay más, al reinstalar el control de capitales, aplicaro retenciones a los exportadores, beneficiando a aquellos a los que les habilitan comprar dólares al precio oficial. Donde pudieron, además, prepararon el terreno para expandir el Estado. Acaban de reestatizar todas las concesiones viales, y la nacionalización de una gran exportadora de cereales solamente se frenó porque los argentinos salieron a las calles.

Con estos recursos, alimentaron a sus principales votantes. Los empleados de Aerolíneas Argentinas son solamente un ejemplo. Eliminar la competencia para la aerolínea estatal hace más simple justificar los casi 1000 millones de dólares en subsidios que va a recibir en 2020. En este sentido es que el cierre de El Palomar es simbólico. Es el triunfo del conservadurismo por sobre el cambio. Es el triunfo de los intereses concentrados sobre los de la gente en general. Es, una vez más, una victoria del status quo.

La Argentina no necesita más conservadurismo. La defensa del status quo produjo uno de los países con menor crecimiento en los últimos 40 años. La Argentina necesita liberar la competencia, el cambio y la innovación. Necesita cortar con esas rentas enquistadas, no nutrirlas. Pelear por el bien común y confrontar con esos pocos privilegiados es la agenda que necesita el país. Pero no es una pelea fácil. Lo intentó el gobierno anterior y se encontró con una resistencia furiosa. La revolución en la industria aeronáutica fue quizás el intento más ambicioso y valiente.

Va a tomar más que el cierre de un aeropuerto para generar un cambio, pero los largos días que se nos vienen adentro de un auto o un colectivo, al menos, nos van a dejar el tiempo suficiente para pensarlo.


Guillermo Dietrich y Federico Sturzenegger
Nota elaborada para el medio Americas Quarterly de Estados Unidos.
https://www.americasquarterly.org/article/the-closing-of-an-airport-as-a-symbol-of-argentinas-troubles/