viernes, 03 de julio de 2009
hora: 15:03

Este relato esta dedicado a mi hijo mayor, Guilli, por que desde que naciste me acompañaste en todos mis programas deportivos, sentado horas en el carrito mientras corría para el ironman, agarrando tu tabla de surf desde bien chiquito, surfeando olas en el kayac, eskiando fuera de pista juntos, o esas incontables salidas en bicicleta, mientras yo corro.

Por todo esto, por haber sido un gran compañero durante estos ocho años, cada minuto del alucinante día de hoy bajando por los lugares mas exigentes de la meca del mountain bike estan dedicados a vos. Me debo haber caído, por lo menos, 20 veces.  Hay un momento en que los golpes no se sienten mas.  Por suerte ninguno me saco de combate.  Desde volar por arriba de la bicicleta, habiéndose trabado la rueda delantera en un zanjón, hasta caer 5 metros por la montaña después de haber perdido el equilibrio, fueron parte de las cientas que tuvimos los 17 que estamos compartiendo este 5to viaje EDA.  Salimos al mediodía desde el punto de largada del Transmontana, el lugar conocido como Antena.  Es un descenso ininterrumpido de una hora, con huellas gigantes, piedras, raíces que requieren una concentración absoluta.  Los tips de los pro del MTB, bajar mucho los asientos de forma tal de bajar parado y flexionado levemente apoyado sobre el asiento pero moviendo la bici con las piernas (aductores) como el caballo, ayudan mucho para ir sintiendo la montana, e ir largando cada vez más la bici, para que copie las imperfecciones del terreno.  La doble suspensión es fundamental para que la rueda trasera se vaya acomodando sola. Muchos de estos senderos son dentro de una selva impenetrable, con ramas que pegan sin aviso alguno.

Después de 3 horas de pedaleo, de andar por la selva, por el llano, por el barro, cruzando decenas de veces un rio, paramos a almorzar unos inolvidables sándwiches.  Se había hecho muy tarde, y el cansancio se sentía.  La mitad del grupo decidió seguir a la estancia donde dormimos, la otra parte optó seguir pedaleando por la ruta.  Yo estuve a punto de quedarme con el primer grupo ya que estaba algo cansado y sabía que al otro día nos esperaba una jornada durísima. Pero finalmente bajo el habitual análisis de si había mas posibilidades de volver un día temprano a una estancia tucumana a descansar o ir a pedalear por la selva tucumana con amigos guiados por expertos decidí seguir.

Suerte, ya que me hubiese perdido una segunda parte todavía mas inolvidable, bajando por cañadones donde prácticamente solo entraba una bicicleta de ancho, con trepadas infinitas, hasta que la noche nos encontró en el último descenso de media hora.  Aquí la sensación paso a ser indescriptible.  Todos los temores de la previa y del día desaparecieron, los aprendizajes surgieron mágicamente, dejándonos llevar por la montaña, casi sin ver absolutamente nada, ni los peligros alrededor de la senda que generalmente son los que te hacen detener o equivocarte.

Luego de pedalear más de 4 horas, llegamos a un pueblito perdido en la montaña donde había un almacén.  Estábamos agotados, pero felices.

Si el primer día fue exigente, el viernes fue decididamente demoledor. Tardamos 9 horas en llegar a nuestro destino, recorriendo senderos de mulas y caballos adentrándonos en lo mas profundo de las montañas tucumanas.  Las primeras horas fue un ascenso de los 1200 metros a los 2150 mts. prácticamente sin pedalear, empujando la bici o cargándola al hombro.  El sol de otoño con 24 grados de temperatura demandaba mucho consumo de líquido.
A los 2000 metros la selva desaparecía completamente y los cerros cubiertos del verde pasto daban la imagen de encontrarnos en Suiza.

Un esperadísimo almuerzo, traído por mulas, nos esperaba en Lagunitas, con galletitas de jamón y queso, algo de atún y fruta.  De allí lo que suponíamos un descenso tranquilo de 45 minutos, se convirtió en una travesía de ascensos y descensos, pero con senderos sumamente técnicos, por lo empinados, lo angosto, y el precipicio que casi siempre nos acompañaba.  El gran desafío era mantener el equilibrio en el sendero, para evitar que un error produjese que la rueda delantero salga de la senda, yéndose para bajo, y caer seco sobre el piso, golpeando la cabeza, que rompe el casco, como me sucedió.  Los golpes se multiplicaban, pero era la única forma de aprender realmente a hacer montain bike.  El problema era que siempre el mismo lado del cuerpo recibía el impacto, aumentando la bola de hematoma que crecía en mi lado izquierdo. Obviamente estaba la opción de no pedalear y caminar por estos senderos, pero cual era la gracia?
Cuando terminamos de bordear la montaña, y paramos para reagruparnos las piernas me temblaban del esfuerzo y el miedo.

El descenso de 45 minutos se iba alargando, siendo cada vez mas técnico, y nuevamente teniendo que caminar con la bici al hombro. Una cascada nos posibilito recargar agua, para evitar quedarnos sin líquido una hora antes de llegar como nos había pasado el jueves. A las seis de la tarde llegamos a la escuela de las arquitas, con la cual colaboramos enviando útiles y ayuda económica hace unos años.  La escuela está perdida en le medio de la montana, solo se puede llegar a burro o caballo, y los chicos con sus guardapolvos nos estaban esperando mientras 20 astronautas, con bicicletas supersónicas, se acercaban con la emoción de terminar 9 horas intensísimas, durísimas, desafiantes y emocionantes.  De las mulas descargamos los libros, útiles, ropa que habíamos traido para emocionarnos con una canción de bienvenida, enseñarles como son estas bicicletas con dobles suspensión, zapatos que se ajustan a los pedales, 27 cambios, freno a disco y cuadro de carbono.  Recorrimos la escuela, inserta en las penurias económicas de nuestro país, y desandamos el camino para recorrer media hora mas la distancia que nos separaba de nuestra «posada» incrustada, también, en el medio de la montaña.  Comimos en este sencillo, pero increíble lugar, unos ricos fideos y agotados a dormir, después de discutir si sacábamos las bicis en mula de este pozo para evitarnos 4 horas de trecking con bici al hombro.
El sábado después de un rico desayuno con mate cocido, pan, manteca y mermelada, como siempre la ceremonia de preparación, repasar las bicicletas, llenar camelback y caramañolas de agua (el Gatorade había desaparecido hace mucho) algo de fruta, gels, block, cargar las mochilas que se iban con los burros y arreglar las que llevabamos con nosotros.

A las 9.20h estábamos con las bicicletas al hombro subiendo una pendiente interminable, con las pulsaciones al máximo con el sol saliendo detrás de la montaña, dejando atrás las estrellas infinitas de la noche.  Trepamos, trepamos y trepamos, 2 h sin parar.  Sabiendo lo que nos esperaba, nos habíamos puesto zapatillas y llevábamos los zapatos de MBK en las mochilas.  Una hora más de pedaleo por el filo del día anterior, que nuevamente me castigó y dejándome un lindo agujero en la rodilla.

Una hora después estábamos almorzando en el mismo lugar del viernes. Hicimos este trayecto en menos tiempo de lo esperado, sabiendo que solo nos quedaba un descenso de 3 horas.  El cansancio se sentía cada vez más, pero también el aprendizaje era cada vez mayor, por lo que esta última bajada todos fuimos poniendo en práctica cada una de las técnicas que posibilitan que una bicicleta pase por cualquier lado, con el solo hecho de ir parado sobre los pedales, los brazos no tensos, los dedos sobre los frenos, jugando con estos y el equilibrio, para pasar escalones, ramas, rocas, y todo lo que el camino pone por delante.

La última bajada fue por un rio seco encajonado sobre piedras sueltas, en el que entra una bicicleta y nada más. La emoción de hacer todo ese camino casi sin tener que apoyar pies sobre el piso, con mis brazos y piernas ya casi no resistiendo la tensión del esfuerzo, fue de esas alegrías que quedan grabadas en lo más profundo del corazón. Las 50 caídas, los moretones, lastimaduras, marcas en todo el cuerpo encontraban su razón de ser en este descenso final, donde descubría toda la dimensión del MBK.

Tucuman 277

Después de 7 horas llegamos nuevamente a la casa donde habíamos dormido el jueves por la noche y dejado nuestros bolsos. El abrazo de los 18 amigos, agradeciendo, que a nadie le haya pasado nada, y la posibilidad de descubrir la naturaleza, desafiándola, disfrutándola, esta vez desde una bicicleta era el punto final de otro viaje inolvidable descubriendo las maravillas de nuestro país.