El domingo estuvimos con los vecinos de San Andrés de Giles, en la previa de la inauguración que, el lunes, hicimos con Mauricio y María Eugenia en la variante de Giles de la Ruta 7. Una obra muy importante, con la que evitamos que los camiones pasen por el centro de la ciudad.
Y, sobre todo, una obra con la que salvamos vidas. En un tramo que era el séptimo más peligroso de toda la provincia de Buenos Aires. En donde, en los últimos cuatro años, 200 personas sufrieron un siniestro vial que los dejó con heridas, o directamente les costó la vida.
Una obra que se prometió durante 50 años y que, cuando llegamos a la gestión en 2015, prácticamente no tenía avances. Y también una obra que es un símbolo de la enorme transformación que estamos haciendo en las rutas de todo el país.
Una transformación con la que cambiamos una lógica de promesas incumplidas por obras que empiezan y terminan en tiempo y forma.
Cambiamos los sobreprecios por obras que se pagan lo que valen.
Cambiamos los carteles, las estrellas amarillas, las fotos de víctimas y los reclamos desoídos de los vecinos por la alegría de esas mismas familias que hoy ven en la ruta 7 una meta cumplida.
Cambiamos una ruta por donde pasan 10.000 vehículos todos los días cruzando por el medio de una ciudad, por una variante que le da más seguridad a los conductores y a los vecinos.
Cambiamos la falta de visión estratégica en la obra pública, por la planificación a largo plazo en cada detalle. Como en los 3.000 árboles que plantamos entre las dos calzadas de la autopista, que pueden parecer un adorno amigable con el medio ambiente; pero, cuando crezcan, también van a impedir que las luces de los vehículos encandilen a los conductores de la mano contraria.
Y cambiamos un símbolo de peligro, una ruta de la muerte; por un símbolo que nos muestra que, cuando trabajamos juntos, podemos lograr todo lo que siempre nos pareció imposible.