Hace poco me crucé con un artículo en la prestigiosa publicación de temas urbanos UrbanCincy que quisiera comentar. El artículo se refería a una tendencia de urbanismo y seguridad vial que está creciendo en todo el mundo: las zonas de convivencia. En muchas partes se las llama espacios compartidos; en Buenos Aires las conocimos como semi-peatonales, siendo un buen ejemplo las que hicimos en el microcentro. Las municipalidades encontraron que las zonas de convivencia eran la mejor solución para que los peatones dejasen de caminar “apretados” por veredas angostas en lugares de una alta concentración de gente. El esquema del espacio compartido elimina las demarcaciones, permitiendo igual acceso a la calzada a los diferentes modos de movilidad, forzando la cooperación entre motorizados y no motorizados y obligando a los autos a circular a la velocidad de 10 km/h (es decir, una velocidad similar a la de un ciclista que avanza lento).[lightbox link=»http://www.guillodietrich.com/wp-content/uploads/2016/04/Comentario-sobre-libro-de-urbanismo-4.jpg» thumb=»http://www.guillodietrich.com/wp-content/uploads/2016/04/Comentario-sobre-libro-de-urbanismo-4-300×200.jpg» width=»300″ align=»right» title=»Comentario sobre libro de urbanismo 4″ frame=»true» icon=»image»]

Las zonas de convivencia han sido promovidas por ingenieros de tránsito de la talla de los holandeses Hans Monderman y Joost Váhl. Su principal argumento es la democratización del acceso al espacio público y la seguridad de peatones y ciclistas.

En este punto Jocelyn Gibson, la autora del artículo, se pregunta: ¿el hecho de que los peatones y ciclistas compartan la calzada con vehículos motorizados no es un factor de inseguridad? Aunque resulte contraintuitivo, muchísimos estudios comprobaron que la situación es la contraria. El principal factor de riesgo para peatones y ciclistas es la velocidad. Hay una relación directa entre la velocidad de impacto y la probabilidad de muerte de la víctima siniestrada. En las zonas de convivencia, los conductores, al compartir el espacio con una gran cantidad de no motorizados, se ven forzados a reducir la velocidad y a mantenerse alerta y tomar precaución extra, tanto por el límite de 10km/h que impone la normativa, como por la posible interferencia de otros actores en su recorrido.
Hay varios puntos interesante de las zonas de convivencia, que muchos municipios adaptan a sus paisajes de acuerdo a sus necesidades: 1) la demostración de que el diseño de las calles determina formas de relacionarse; 2) los espacios compartidos hacen necesario que las personas aprendan a convivir, que los vehículos más fuertes protejan a los más vulnerables y que los cruces sean negociados con civilidad. Y sobre todo el esquema lleva a que, en áreas de mucha concentración de gente, todos bajemos un poco la velocidad.
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