Siempre se dice que es mucho lo que las personas pueden hacer para contribuir con la comunidad y el ambiente. Muchas de las buenas prácticas que favorecen la sustentabilidad suelen ser hechas sin tener conciencia de su beneficio ambiental y comunitario. Este es el caso del carpooling, compartir los viajes en auto particular. Es muy común ver esta práctica a la salida de las escuelas; un grupo de padres se organiza para turnarse y buscar a sus hijos, cada día un padre distinto deja a cada uno de los chicos en su respectivo hogar. Realizan así un trabajo colaborativo con otros padres que requiere de organización y coordinación y que reduce el trabajo individual de cada uno. Adicionalmente, y sin buscarlo, hacen una gran contribución a la ciudad: en vez de 4 autos conducidos por 4 personas distintas, tenemos un único auto cumpliendo la misma función. ¿Cuánto se reduciría la congestión si más gente compartiese los autos con sus compañeros de trabajo o de estudio? Menos embotellamientos, menos ruido en las calles, menos gases en el aire, menos riesgo para peatones y ciclistas.
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Hace poco escuché otro caso que me interesó. La FADU, la facultad de arquitectura y diseño de la UBA, queda en Ciudad Universitaria y los estudiantes tienen que llevar allí maquetas delicadas y difíciles de cargar. Cada vez son más los estudiantes con auto que invitan a los que no lo tienen a ocupar los asientos libres y facilitarles así llevar el material.
Es la oportunidad para conocer gente nueva, que el viaje sea más ameno, encontrarse con pares y, entre charla y charla, hacer más eficiente el uso de recursos, en este caso, de movilidad. En Europa el carpooling es furor y en nuestro país ya hay usuarios que abrieron plataformas en Facebook para compartir viajes, empresas que lo proponen entre sus trabajadores y cada vez más gente que espontáneamente pregunta en su oficina: ¿quiénes van seguido para mi lado?
